Ejercicio en la enfermedad de Parkinson

La enfermedad de Parkinson (EP) es un trastorno neurológico crónico y progresivo que afecta a millones de personas en todo el mundo. Se caracteriza por síntomas motores como temblores, rigidez, bradicinesia (movimientos lentos), y también por síntomas no motores como trastornos del sueño, depresión, fatiga y problemas cognitivos. La EP es actualmente la enfermedad neurodegenerativa de más rápido crecimiento, y no existe ningún tratamiento farmacológico que pueda detener su progresión o curarla. Los tratamientos disponibles están dirigidos principalmente a aliviar los síntomas motores mediante medicamentos como la levodopa, pero su eficacia disminuye con el tiempo y con frecuencia generan efectos secundarios, lo que resalta la necesidad urgente de intervenciones adicionales.

En este contexto, el ejercicio ha emergido como una intervención segura y prometedora, no solo como un tratamiento sintomático, sino también potencialmente capaz de modificar el curso de la enfermedad. Estudios recientes han sugerido que el ejercicio puede jugar un papel en la prevención primaria (previniendo el desarrollo de la EP), en la prevención secundaria (ralentizando la progresión de la enfermedad), y en la prevención terciaria (aliviando los síntomas una vez que la EP se ha manifestado).

Seguridad y factibilidad del ejercicio en la EP

La seguridad del ejercicio en personas con EP ha sido evaluada en varios estudios, y los resultados han sido consistentemente positivos. Dos revisiones sistemáticas que incluyeron 48 ensayos clínicos aleatorizados sobre la EP y el ejercicio reportaron que solo un número reducido de estudios registró eventos adversos, y estos fueron generalmente menores, como dolor transitorio o inflamación articular. Solo cuatro de estos eventos estaban relacionados directamente con el ejercicio. Además, las tasas de abandono fueron comparables entre los grupos que realizaron ejercicio (8%) y los grupos de control (11%), lo que refuerza la factibilidad del ejercicio en personas con EP. Este perfil de seguridad es similar al observado en otras enfermedades neurológicas como la esclerosis múltiple y el ictus.

Ejercicio como prevención primaria en la EP

La prevención primaria se refiere a evitar la aparición de la enfermedad en primer lugar. La literatura revisada muestra que la actividad física puede tener un efecto protector frente al desarrollo de la EP. Varios estudios prospectivos a gran escala han encontrado que las personas que realizan niveles más altos de actividad física tienen un riesgo significativamente menor de desarrollar EP en comparación con aquellas que son menos activas. Una revisión reciente de 11 estudios prospectivos indicó que las personas con los niveles más altos de actividad física (particularmente de actividad física moderada a vigorosa) tenían una reducción del riesgo de desarrollar EP de hasta un 29%. Este efecto fue más fuerte en los hombres, aunque los autores sugieren que la falta de estudios con un número suficiente de mujeres limita el análisis.

Es particularmente interesante el hallazgo de que hay una relación dosis-respuesta en los hombres, lo que significa que por cada 10 MET-horas adicionales de actividad física semanal, el riesgo de EP se reduce un 10%. Aunque no se encontró un patrón similar en las mujeres, se cree que esto puede deberse a la menor representación de mujeres en los estudios evaluados.

Los mecanismos propuestos para explicar este efecto protector incluyen la reducción de la inflamación crónica, la mejora de la función cardiovascular y el impacto positivo en la salud cerebral a través de factores neurotróficos y mejoras en la plasticidad neuronal.

Ejercicio como prevención secundaria en la EP

La prevención secundaria se refiere a intervenciones que buscan ralentizar o detener la progresión de una enfermedad una vez que ha comenzado. Aunque el ejercicio ha sido tradicionalmente visto como una herramienta para el tratamiento sintomático de la EP, investigaciones recientes sugieren que también podría tener efectos modificadores de la enfermedad, ralentizando su progresión. La mayoría de las pruebas en este ámbito provienen de estudios con modelos animales, que han mostrado que el ejercicio puede proteger las neuronas dopaminérgicas en el cerebro y reducir el impacto de las lesiones inducidas por toxinas.

En humanos, varios estudios han mostrado que el ejercicio aeróbico de intensidad moderada a alta puede estabilizar o incluso mejorar los síntomas motores en personas con EP en las primeras etapas. Por ejemplo, ensayos clínicos que compararon diferentes intensidades de ejercicio encontraron que el ejercicio de alta intensidad (al 80-85% de la frecuencia cardíaca máxima) fue más eficaz que el ejercicio de intensidad moderada (al 60-65% de la frecuencia cardíaca máxima) para ralentizar la progresión de los síntomas motores en personas con EP temprana.

Además, algunos estudios con neuroimagen sugieren que el ejercicio puede inducir plasticidad neuronal, mejorando la conectividad en redes cerebrales clave y reduciendo la atrofia cerebral. Aunque los resultados son prometedores, los autores destacan la necesidad de ensayos clínicos más grandes y bien diseñados para confirmar estos efectos en humanos.

Ejercicio como tratamiento sintomático (Prevención Terciaria)

El uso del ejercicio como tratamiento sintomático en la EP está bien documentado. Se ha demostrado que el ejercicio regular mejora tanto los síntomas motores (como la capacidad de caminar, el equilibrio y la fuerza muscular) como los síntomas no motores (como la función cognitiva, el estado de ánimo, el sueño y la calidad de vida). Los estudios incluidos en esta revisión muestran que diversas modalidades de ejercicio, desde el ejercicio aeróbico hasta el entrenamiento de resistencia y el tai chi, pueden tener efectos beneficiosos en múltiples aspectos de la EP.

Un hallazgo clave es que el ejercicio parece tener efectos positivos en los puntajes de la Escala Unificada de Calificación de la Enfermedad de Parkinson (MDS-UPDRS), una medida comúnmente utilizada para evaluar la gravedad de los síntomas motores. En particular, el ejercicio mejora la estabilidad postural, la marcha y la capacidad de caminar, áreas que suelen verse afectadas en personas con EP. Además, los estudios sugieren que el ejercicio puede tener efectos similares o incluso superiores a los de la levodopa, el principal medicamento utilizado para tratar los síntomas motores de la EP, en lo que respecta a la movilidad y el equilibrio.

Otra área de interés creciente es el uso de modalidades de ejercicio alternativas, como el boxeo y las artes marciales, que han mostrado mejoras en la función motora y el equilibrio. Aunque estos estudios son limitados y a menudo involucran pequeños grupos de participantes, los resultados son prometedores y sugieren que estas modalidades podrían ser particularmente útiles para las personas que buscan formas de ejercicio más motivadoras o que no pueden realizar otras formas de ejercicio debido a limitaciones físicas.

Mecanismos fisiopatológicos del ejercicio en la EP

El ejercicio parece tener efectos neuroprotectores en la EP a través de varios mecanismos biológicos. Los estudios en modelos animales han demostrado que el ejercicio puede aumentar los niveles de factores neurotróficos como el BDNF, que es crucial para la supervivencia neuronal, la plasticidad sináptica y la neurogénesis. También se ha encontrado que el ejercicio mejora el transporte de dopamina y reduce la inflamación en el cerebro, lo que puede ayudar a mitigar la progresión de la EP.

En estudios en humanos, aunque los resultados son más limitados, algunos han mostrado que el ejercicio puede aumentar la conectividad funcional en áreas cerebrales afectadas por la EP, como la corteza estriatal, y que puede reducir la atrofia cerebral. Sin embargo, los autores señalan que se necesitan más estudios con mejores diseños metodológicos para confirmar estos efectos y comprender completamente los mecanismos subyacentes.

Desafíos y perspectivas futuras

A pesar de la creciente evidencia de los beneficios del ejercicio en la EP, el estudio identifica varias áreas que requieren más investigación. En primer lugar, se necesitan estudios a gran escala que utilicen biomarcadores robustos para evaluar la progresión de la enfermedad y los efectos del ejercicio. En segundo lugar, es importante realizar estudios que comparen diferentes modalidades de ejercicio para determinar cuáles son más eficaces y en qué dosis. También se necesitan estudios que investiguen la adherencia a largo plazo al ejercicio y las mejores estrategias para mantener a las personas con EP activas.

Además, los autores señalan que es necesario un cambio de paradigma en la atención de la EP, donde el ejercicio debe considerarse como una intervención de primera línea junto con los tratamientos farmacológicos. Esto requerirá un enfoque multidisciplinario que incluya a fisioterapeutas, neurólogos y otros profesionales de la salud para desarrollar y supervisar programas de ejercicio personalizados.

Conclusión

El ejercicio ofrece beneficios claros como una intervención segura y efectiva para la EP, no solo como tratamiento sintomático, sino también potencialmente como una herramienta para prevenir la enfermedad y ralentizar su progresión. Dado que el ejercicio es accesible, de bajo costo y tiene efectos beneficiosos en múltiples dominios de la salud, debe ser prescrito a las personas con EP lo antes posible en su curso de la enfermedad. A medida que la investigación en este campo continúa creciendo, es probable que el ejercicio juegue un papel cada vez más importante en el manejo de la EP, ofreciendo a los pacientes una mayor calidad de vida y la posibilidad de retrasar la progresión de la discapacidad asociada a la enfermedad.

Acceso libre al artículo original en: https://www.fisiologiadelejercicio.com/wp-content/uploads/2024/10/Exercise-as-medicine-in-Parkinson.pdf

Referencia completa:

Langeskov-Christensen M, Franzén E, Grøndahl Hvid L, Dalgas U. Exercise as medicine in Parkinson’s disease. J Neurol Neurosurg Psychiatry. 2024 Oct 16;95(11):1077-1088. doi: 10.1136/jnnp-2023-332974.

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