El envejecimiento humano trae consigo una serie de transformaciones en la composición corporal que resultan especialmente críticas para la salud metabólica y funcional. Entre ellas, destaca la pérdida progresiva de masa y fuerza muscular —conocida como sarcopenia— y la acumulación de tejido adiposo, en particular en la región abdominal. Cuando ambos procesos coinciden, se configura el cuadro de obesidad sarcopénica, un síndrome que se asocia a mayor fragilidad, caídas, hospitalizaciones, enfermedades metabólicas y mortalidad. En este contexto, el artículo revisa de forma exhaustiva cómo el tejido adiposo y los lípidos afectan al músculo esquelético, desentrañando mecanismos moleculares, metabólicos y clínicos, y ofreciendo perspectivas sobre posibles estrategias preventivas y terapéuticas.
Uno de los aspectos centrales es la infiltración grasa en el músculo esquelético, que puede manifestarse de dos formas: entre fibras musculares, conocida como tejido adiposo intermuscular (IMAT), y dentro de las fibras, como grasa intramuscular. Ambas formas tienen repercusiones en la contractilidad, la arquitectura muscular y la señalización intracelular. Estudios han demostrado que una mayor infiltración grasa se correlaciona con menor fuerza muscular y peor rendimiento físico. La acumulación de grasa no solo reemplaza tejido contráctil, sino que altera parámetros estructurales como la orientación de las fibras, el ángulo de penneación y la longitud de los fascículos, lo que compromete la capacidad funcional.
El IMAT se origina a partir de diferentes precursores celulares, como progenitores fibro-adipogénicos, células satélite musculares y células mesenquimales. Su formación está regulada por factores de transcripción como PPARγ y C/EBPs, aunque los mecanismos exactos en humanos no están del todo claros. En condiciones de envejecimiento, obesidad o daño muscular, estas células tienden a diferenciarse en adipocitos en lugar de fibras musculares, lo que contribuye al deterioro estructural.
Más allá de la grasa visible entre fibras, la atención se centra en los lípidos intracelulares. Los ácidos grasos que circulan en la sangre penetran en el músculo mediante difusión pasiva o a través de transportadores como CD36 y proteínas FATP. Una vez dentro, pueden oxidarse en las mitocondrias o almacenarse como gotículas lipídicas. En individuos sanos, estas gotículas funcionan como una reserva energética dinámica, regulada por lipasas y proteínas asociadas. Sin embargo, cuando se acumulan en exceso —como ocurre en la resistencia insulínica o la diabetes tipo 2— contribuyen al fenómeno de lipotoxicidad: metabolitos lipídicos como diacilgliceroles y ceramidas interfieren con la señalización de la insulina y promueven inflamación y estrés oxidativo.
Un hallazgo interesante es la llamada “paradoja del atleta”. Los deportistas de resistencia presentan altos niveles de lípidos intramusculares, pero mantienen una elevada sensibilidad a la insulina. Esto se debe a que sus gotículas son pequeñas, se localizan principalmente en áreas intermiofibrilares cercanas a mitocondrias, y favorecen una rápida utilización de ácidos grasos. En contraste, en pacientes con obesidad o diabetes, las gotículas son más grandes, se concentran en la región subsarcolemal y se asocian a fibras tipo II, con menor capacidad oxidativa. Así, no solo la cantidad, sino también el tamaño, la localización y la interacción con las mitocondrias determinan si la grasa intramuscular es funcional o perjudicial.
El artículo también aborda el papel crucial de la mitocondria. El envejecimiento conlleva disfunción mitocondrial, menor biogénesis y reducción de la capacidad oxidativa. Factores como SIRT1 y AMPK regulan la biogénesis a través de PGC-1α, un coactivador que preserva la integridad muscular, mejora la sensibilidad insulínica y reduce inflamación y estrés oxidativo. Una ingesta excesiva de nutrientes y la obesidad exacerban la disfunción mitocondrial mediante la activación de vías inflamatorias y la producción excesiva de especies reactivas de oxígeno.
El músculo y el tejido adiposo no son entidades aisladas, sino órganos endocrinos que secretan mediadores bioactivos. Entre ellos se encuentran las adipocinas y miocinas, que facilitan un diálogo constante entre ambos tejidos. La adiponectina, por ejemplo, ejerce efectos antiinflamatorios y sensibilizadores de insulina, y puede aumentar la fuerza contráctil del músculo. Sus receptores en el músculo, sin embargo, se ven reducidos en la obesidad y la diabetes. El ejercicio físico no solo eleva los niveles de adiponectina circulante, sino que mejora la expresión de sus receptores, estimulando la biogénesis mitocondrial y la síntesis proteica a través de las vías AMPK/PGC-1α y Akt/mTOR. En paralelo, las miocinas como irisin, FGF21 o BDNF también median beneficios sobre el metabolismo energético y la regeneración muscular.
En este entramado, el concepto de “inflammaging” cobra relevancia. El envejecimiento, junto con la obesidad y la inactividad, promueven un estado inflamatorio crónico de bajo grado, caracterizado por un aumento de citocinas proinflamatorias como TNF-α e IL-6, y una disminución de citocinas antiinflamatorias. Esta situación afecta directamente a la capacidad regenerativa del músculo y a su función metabólica, contribuyendo al círculo vicioso de sarcopenia y obesidad.
El artículo dedica también un apartado a la cachexia, condición asociada a enfermedades crónicas, donde la pérdida de peso involucra tanto masa muscular como tejido graso. A diferencia de la sarcopenia primaria, aquí predominan la anorexia, la lipólisis acelerada y la remodelación del tejido adiposo blanco hacia marrón, lo que aumenta los requerimientos energéticos. La combinación de inflamación y depleción energética conduce a un catabolismo proteico muscular severo.
En el terreno clínico, se discuten estrategias de manejo. El control del peso en personas con obesidad ha mostrado efectos beneficiosos sobre la masa muscular relativa y la función física, aunque las dietas hipocalóricas pueden inducir pérdida de masa magra si no se acompañan de ejercicio y adecuada ingesta proteica. Se subraya la importancia de combinar nutrición adecuada y ejercicio, especialmente el entrenamiento de fuerza, como intervenciones fundamentales para prevenir o tratar la sarcopenia. Además, se revisan evidencias preliminares sobre el posible papel de fármacos hipolipemiantes como las estatinas, con resultados aún contradictorios.
En conclusión, la desregulación del metabolismo lipídico y la acumulación de grasa intramuscular generan inflamación, resistencia a la insulina, disfunción mitocondrial y pérdida de masa y fuerza muscular. Para avanzar en el manejo de la sarcopenia y la obesidad sarcopénica, es necesario profundizar en la comprensión de los mecanismos moleculares, el papel diferencial de los metabolitos lipídicos y la interacción de adipocinas y miocinas. Herramientas emergentes como la lipidómica y proteómica, junto con técnicas avanzadas de imagen, permitirán caracterizar mejor estos procesos y guiar nuevas terapias.
Acceso libre al artículo original en: https://www.fisiologiadelejercicio.com/wp-content/uploads/2025/09/Impact-of-Adipose-Tissue-and-Lipids-on-Skeletal-Muscle-in.pdf
Referencia compelta:
Jang SY, Choi KM. Impact of Adipose Tissue and Lipids on Skeletal Muscle in Sarcopenia. J Cachexia Sarcopenia Muscle. 2025;16(4):e70000. doi: 10.1002/jcsm.70000.



